Como nunca en el Pacífico mexicano, el huracán Otis arrasó no sólo con Acapulco, sino con decenas de pueblos y comunidades aledañas debido a las poderosas ráfagas de viento y a la gran cantidad de agua precipitada durante la noche del 24 al 25 de octubre pasado por un fenómeno al que, según el Servicio Meteorológico Nacional (SMN), sólo le tomó poco más de 10 horas convertirse de tormenta tropical a huracán categoría 5 en la escala Saffir-Simpson. Lo sucedido en Guerrero nos advierte otra vez sobre la urgencia de aceptar sin reservas que estamos frente a un cambio climático provocado por el ser humano cuyas consecuencias devastadoras debieran poner la prevención y la preparación frente a los riesgos provocados por estos fenómenos –convencionalmente llamados “naturales”– en un lugar preponderante de la agenda de los estados contemporáneos y de sus obligaciones ante sus sociedades.